Volumen 39 | Número 3 | Mayo/Junio 2011

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La Súplica Final de Cristo Para la Era Final de la Iglesia — 3ra. Parte


By Dr. H. T. Spence

En este tercer artículo, continuamos tomando material de Apocalipsis 3:20 –

He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo.

Cristo deja muy claro en esta epístola al mensajero de la iglesia de Laodicea que la tibieza es una condición o estado espiritual. Es evidente que el pastor debía revelar a la congregación la condición de tibieza espiritual en la cual ellos se encontraban. Aunque existe la implicación que esta condición posiblemente pudiese cambiar, pareciera ser al final de la epístola que ellos habrían de escoger no cambiar. La declaración: “Te vomitaré”, o en la gramática Griega, “Estoy a punto de vomitarte de mi boca”. La iglesia de los Últimos Tiempos se encuentra en un estado de tibieza espiritual, el cual es un estado mucho más peligroso que la frialdad. El estado de tibieza es otro término en la Biblia para apostasía.

Comenzando en el versículo 19 hasta el final de la carta de este capítulo, Cristo da un giro al estar hablando con la iglesia para entonces hablar directamente con la persona. Aquí, Cristo se dirige a las personas o escogidos del remanente de ese periodo de la historia de la Iglesia. Desde una perspectiva, esta podría ser una persona que está a punto de entrar al estado de tibieza espiritual; Dios le dará un oído. O quizá sea una persona que no haya caído en tibieza en su vida personal, y que continúe viviendo como vencedor por pura gracia.

Ninguna de las obras de las primeras seis iglesias son mencionadas en la última iglesia. Ninguno de los problemas de las primeras seis iglesias es mencionado en la última iglesia. Esta es una nueva fase, la última fase de la iglesia; es una fase como ninguna otra. Más que la re-aparición de antiguas obras o pecados maestros, esta fase en la historia de la Iglesia da nacimiento a un neo-ramo del Cristianismo a través de la Iglesia Laodicea. Es interesante que desde el inicio del siglo XX, la palabra neo se haya convertido en un término prominente dentro del mundo de la iglesia. Los nombres: Neo-Ortodoxia, Neo-Moralidad, Neo-Evangelicalismo, y Neo-Pentecostalismo, son términos acuñados por las personas que los han promovido. Estos son los términos que utilizan para representar una nueva especie dentro del Cristianismo público. Su clamor ha callado a gritos de manera inteligente al Jesús bíblico sacándolo fuera de la iglesia.

El Oído que Oye

El concepto de oír es crucial para los versículos finales del capítulo 3 de Apocalipsis. Dios diseñó y creó el oído humano por dos razones importantes: para escuchar y para tener balance. Los nervios que viajan desde el oído hacia el cerebro llevan impulsos eléctricos comunicando tanto balance como información auditiva.

Los impulsos auditivos incluyen información que concierne a la frecuencia y a los decibeles. Mientras que los decibeles se relacionen con el volumen alto o suavidad del sonido, la frecuencia nos comunica los tonos más elevados o bajos. Existen muchos sonidos que el oído recibe durante un día. Un oído muy agudo puede detectar frecuencias tan bajas hasta de 20 a 16 vibraciones por segundo. Lo más bajo de estas vibraciones, en realidad son mayormente detectadas por sensibilidad más que por oído. El sonido con frecuencias más detectables por el oído, pueden alcanzar un promedio de 20,000 vibraciones por segundo; algunas personas que tienen un oído talentoso pueden discernir tonos tan elevados hasta de 38,000 vibraciones por segundo (vps). Muchos animales sobrepasan al oído humano: los perros escuchan hasta 45,000 vps, los murciélagos escuchan 100,000 vps; y la marsopa escucha hasta 150,000 vps.

Los oídos no solo detectan la frecuencia, sino también la intensidad o volumen de los sonidos, medido en decibeles (dB). El tictac del reloj mide alrededor de 20 dB; un suspiro es de aproximadamente 30 dB. Una conversación promedio, con el tono de voz normal, es de alrededor 50–60 dB. Las podadoras de césped y las moto-sierras producen al derredor de 90–95 dB; y cuando nos paramos a una distancia de 1.5 m de un motor de jet, los dB son de 130–140. Cuando nos acercamos a los 145 dB, estamos cruzando el umbral del dolor y de la inconsciencia.

Los oídos son una parte importante para el cuerpo de la persona. Desde una perspectiva espiritual, Dios le ha dado también esta gran habilidad al hombre interior. Todos los humanos tienen un hombre exterior y un hombre interior (que no tiene nada que ver con Jesucristo, el nuevo hombre). Un pecador tiene un hombre interior, y también tiene un hombre exterior. El hombre exterior siempre se está desgastando, deteriorándose, decayendo. Sin embargo, el clamor de Dios es permitirle al nuevo hombre Jesucristo, que venga a nuestro hombre interior.

Es claro que en las Escrituras existen facultades que establecen una correlación entre el cuerpo físico y el alma del hombre interior. Esto no es un lenguaje figurativo; esto es un lenguaje literal en el campo espiritual. Cualquier cosa que sea observada por el cuerpo físico, tiene una contraparte dentro del concepto del alma. Por ejemplo, la habilidad del alma para saborear no es algo figurativo ni metafórico. Esto es algo literal en el concepto espiritual del hombre interior. Una persona puede “saborear” (probar) el mundo o puede saborear al Señor. Una persona puede alimentarse de la putrefacción del mundo, o puede saborearse del Señor y ver que Él es bueno, y literalmente alimentarse de la Palabra de Dios. Aunque se menciona el corazón más de 800 veces en la Biblia, únicamente en 2 se refiere al órgano físico; el resto de las ocasiones se refiere al corazón espiritual—ya sea del pecador o del cristiano. Se refiere literalmente a un corazón espiritual. El corazón es la fuente y el asiento de los afectos y deseos de nuestra vida.

Del mismo modo de nuestra habilidad para saborear, el alma también puede mirar. La gente puede estar físicamente ciega, tal como el profeta Ahías del Antiguo Testamento. Pero, ¡Oh lo que él pudo mirar a través del poder de Dios en vista y verdad, según era necesario en sus tiempos!

Además, el alma tiene la habilidad, literalmente, de oír. Este asunto de oír es crucial a través de todas las Escrituras. Aunque Génesis 3 nos habla acerca del más antiguo pecado del hombre que se registra en la Biblia, en Romanos 5:19 se nos dice el pecado que Adán específicamente cometió ese día. El Apóstol Pablo nos dice que por la desobediencia de un hombre entró el pecado al mundo. La palabra griega para “desobediencia” es parakoe, la cual significa que Adán se rehusó a oír. En Génesis 2, Dios le dijo a Adán que él habría de cultivar, labrar, y guardar el huerto. El Señor también le dijo a Adán de manera explícita acerca de los árboles de los cuales podía libremente comer, agregando que no podría comer del árbol de la ciencia del bien y del mal, porque el día que de él comiere ciertamente moriría. Adán escuchó la Palabra de Dios ese día; sin embargo, Adán falló en escuchar esa Palabra en el día de la tentación y se rindió deliberadamente a la tentación que le llegó a través de su esposa.

El judío en el Antiguo Testamento miraba el oído como un instrumento tan importante para recibir la comunicación del conocimiento de Dios del mismo modo que Sus mandatos. El oído fue dado primordialmente para escuchar y obedecer esos mandatos. Una parte final en los siete días de la consagración del sumo sacerdote, tal como está registrada en el libro de Levítico, es que había de colocar sangre en el lóbulo de la oreja derecha. Esto era un simbolismo de algo que debía ser literal. El sacerdote debía siempre oír la Palabra de Dios, y al oírla, debía guardarla; no podía fallar en oírla ni tampoco en guardar los mandatos de Dios.

En Levítico 14, cuando un hombre leproso era sanado por Dios, este hombre debía regresar al sacerdote para ser limpiado de tal lepra. Cuando esta limpieza se llevaba a cabo, había dos cosas que se colocaban en el oído: (1) sangre, (2) aceite. Esto nos dice que la lepra había llegado como consecuencia del pecado, el pecado de haber fallado en oír la Palabra de Dios; ahora, Dios lo había sanado a través de arrepentimiento y perdón. En la restauración de este hombre, él estaba re-dedicando su oído a Dios y colocándolo de nuevo bajo la sangre. El aceite era para declarar simbólicamente que el oído habría de ser ungido de ahora en adelante para oír la Palabra de Dios.

Aquellos Que Oyen La Palabra De Dios

Lucas 8:4–15 presenta otra declaración respecto a la verdad del oír. Después de la parábola del Sembrador, los discípulos le pidieron al Señor Jesucristo que explicara la parábola. En el versículo 11, Jesús nos dice: “Esta es, pues, la parábola: La semilla es la palabra de Dios”. Después, Cristo nos explica cuatro tipos de suelos en los cuales la semilla puede ser sembrada. En el versículo 12, leemos: “Y los de junto al camino son los que oyen” (los que oyen la Palabra), pero “luego viene el diablo y quita de su corazón la palabra”.

Entonces, ¿Qué es lo que hace el oír en nuestras vidas? El oír produce pensamientos. El oír los sonidos inmediatamente produce pensamientos. Las moléculas de aire agitadas por la conversación llegan a nuestro oído en donde son transformadas en impulsos eléctricos que provocan que el cerebro piense. Una persona puede audiblemente escuchar la Palabra de Dios, pero para que pueda ser salvada, dicha persona tendrá que oír y creer. Tendrá que ir desde el oído del cuerpo hasta el oído del alma. Cada persona debe creer, es decir, debe escuchar dicha palabra en su corazón. “Porque cual es su pensamiento en su corazón, tal es él”

Sin embargo, en este contexto, Jesús nos dice que el Diablo puede llevarse la Palabra de Dios del corazón con la finalidad de que la persona no crea y sea salva. La Fe viene de este “oír”. Esta manera de oír no se refiere a oír físicamente; aun aquellos que son físicamente sordos pueden convertirse en cristianos. Los incrédulos pueden oír, pero con cuánta frecuencia el Diablo viene y se lleva de sus corazones la Palabra que ellos escucharon, para que no crean y sean salvos.

En el versículo 13, “Los de sobre la piedra son los que habiendo oído, reciben la palabra con gozo; pero éstos no tienen raíces; creen por algún tiempo”. En este suelo, el oír no va en dirección a mantenerse creyendo, sino solo de manera temporal. En tiempo de tentación o pruebas, se apartarán de esa Palabra. En el versículo 14, el lenguaje cambia un poco. “La que cayó entre espinos, éstos son los que oyen, pero yéndose, son ahogados por los afanes y las riquezas y los placeres de la vida, y no llevan fruto.” En este suelo, ellos están oyendo al punto de ser salvos. Pudieron ser salvos en un momento de su vida, pero sus vidas no están siendo salvas. Ellos nos están continuamente “oyendo”. Han oído, pero no están oyendo en tiempo presente.

Finalmente, también se nos habla acerca del suelo del versículo 15: “Mas la que cayó en buena tierra, éstos son los que con corazón bueno y recto retienen la palabra oída, y dan fruto con perseverancia”. En cada uno de esos 4 suelos, existe un profundizar en el recibir de la semilla. Primero, existe un oír pero sin creer; después existe un oír y un creer por un tiempo; luego existe un haber oído, pero hay otras voces que compiten con el alma de ese oído. Los afanes, las riquezas y los placeres de esta vida—producirán tibieza espiritual. Han escuchado, pero también han permitido que otras voces acallen ese oír.

Sin embargo, el buen suelo no habla acerca de alguien que ha oído. Al mismo tiempo, esta persona continúa oyendo en tiempo presente. Una persona puede atravesar por todas las cuatro etapas de suelos en su vida. Pudo haber tenido un camino apartado, oyendo pero no creyendo; de ese camino apartado, pudo haber venido al suelo pedregoso, evidenciado por una vida vacilante entre la frialdad y la restauración. Y aún lo más prominente en nuestros días es un suelo lleno de espinos. Según Lucas 21:34–36, los afanes de la vida se intensificarán en los Últimos Tiempos. Estos afanes y placeres tienen la tendencia de aturdir lo que estamos oyendo de parte de Dios. Aunque ellos puedan ser placeres legítimos, oh cómo los placeres de la vida pueden lentamente ahogar lo que nosotros ya hemos escuchado de parte de Dios.

Es al cuarto suelo al cual el cristiano debe llegar. Este suelo es un buen suelo; es un suelo que es honesto, el cual oye continuamente y guarda la Palabra de Dios. Este suelo da evidencia que ha existido un profundizar en el oír del alma, la cultivación del oído del alma para ser sensible a las cosas de Dios y a Su Palabra—aun a los susurros de Dios.

El capítulo 12 de Eclesiastés nos dice que el oído físico comienza a cambiar cuando comenzamos a envejecer. El proceso de envejecimiento limita nuestra habilidad de apreciar el espectro completo del sonido, por ejemplo, la música profunda y maravillosa. Sin embargo, ¡Esto no es cierto para el alma! Entre más crezcamos en nuestro caminar con Dios a través de nuestro oír y escuchar, más amplia será la frecuencia del espectro espiritual y nuestra sensibilidad que tenemos para con Su llamamiento sobre nuestra alma. ¡Oh que escuchemos a Dios, que entendamos Su Palabra y Sus mandatos! Aún cuando estemos leyendo la Biblia de manera privada—no de manera audible—mi corazón podrá estar oyendo. ¡Cuánto más sensible podrá ser el oído del alma si la persona continúa oyendo, guardando, y obedeciendo a Dios toda su vida! ¡Cuán sensible, a través de los años, podrá ser mi vida en el discernimiento a los sonidos de Dios que vengan a mi vida!

El Oír del Esclavo por Amor

Otra percepción acerca de esta verdad del oír se encuentra en Éxodo 21, y se relaciona con el esclavo por amor. En el séptimo año de permanecer el esclavo con su amo, habría de enfrentarse a una opción. Durante 6 años, el esclavo habría de ser requerido que diera oído a su amo; quizá, en ocasiones él tenía un corazón necio o demasiado renuente, quizá en ocasiones el esclavo se quejaba de lo que su amo le ordenaba. Al inicio del séptimo año de permanecer con su amo, de acuerdo a la Ley, el esclavo podía salir libre.

No obstante, existía una provisión en la Ley por si el esclavo llegaba a amar al amo, y por ende, la palabra o mandatos de su maestro. Si dicho esclavo estaba dispuesto a continuar el resto de su vida oyendo a su amado amo, entonces nunca más tendría la opción de abandonarlo. Esta opción única en su vida significaba encomendar el resto de su vida a su amo. Si él tomaba la decisión personal de permanecer, era debido a que amaba a su amo. Era debido a que amaba sus mandatos y su palabra.

Este esclavo, después de ir a los jueves a la puerta de la ciudad (Cristo es la Puerta, Juan 10), y al poste de la puerta (el Poste de la Puerta es la Cruz), en donde el lóbulo de su oído sería colocado. El siguiente paso, el martillo de la Palabra de Dios y la punta del Espíritu de Dios haciendo un hoyo a través del lóbulo de la oreja crucificada, circuncidando de esa manera, dicho oído. Este oído debía ahora ser más sensible que en cualquier otro tiempo anterior en su vida. ¡Ese oído se deleitaría aun en los susurros más tenues de Dios!

El Salmo 40:6 nos dice: “Sacrificio y ofrenda no te agrada; Has abierto mis oídos”. ¡Este es el lenguaje del esclavo por amor de Éxodo 21! “Holocausto y expiación no has demandado. Entonces dije: He aquí, vengo; En el rollo del libro está escrito de mí; El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado” ¿A qué se debe que esto sea una realidad? La respuesta es porque “tu ley está en medio de mi corazón”.

Este tipo de amor no es una realidad en un cristiano carnal; tampoco en un cristiano que vive en tibieza espiritual. Estos cristianos reaccionan neciamente en contra de la Palabra de Dios; ellos buscan un nuevo Cristianismo que de alguna manera mezcle los placeres de este mundo con Dios. En contraste, al tiempo que un verdadero creyente camina con Dios, el Señor le habla a cada parte de su alma, incluyendo su oído. Su oído debe llegar a una mayor sensibilidad y a un deleite más profundo con la Palabra de Dios. Aunque el mundo está lleno de voces de muchos amos, está esclavo por amor, está dedicado únicamente a una voz, a una palabra: a la de su amo. Él conoce su voz; conoce su palabra. Podría ser en lo más obscuro de la noche, pero aun así, este esclavo obedece, escucha inmediatamente y obedece los susurros de su amo. Sabe que provienen de la voz de su amo quien es el que habla.

De manera diferente a esta relación poco común del esclavo por amor, muchos cristianos hoy en día son como aquellos descritos por Esteban justo antes de ser apedreado: “¡Duros de cerviz, e incircuncisos de corazón y de oídos! Vosotros resistís siempre al Espíritu Santo; como vuestros padres, así también vosotros” resisten la palabra (Hechos 7:51).

El Oído Espiritual

En 1 Corintios 2, Pablo habla acerca del oído del hombre interior y del hombre exterior. Notemos los versículos del 9 al 13:

Antes bien, como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, Ni han subido en corazón de hombre, Son las que Dios ha preparado para los que le aman. Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios. Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios. Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido, lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual.

Como cristianos, no vivimos en un mundo espiritual; el versículo 14 nos deja claro al decir: “Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente.”

Mi oído es para escuchar; mi oído es para responder. Dios declara en el Libro de Deuteronomio, a través de Moisés: “tus oídos están engrosados”, perezosos, lentos para responder a Dios. Esto se refiere literalmente a la habilidad del alma en su pereza de oír.

El Que Tiene Oído, Oiga

En muchas ocasiones, en los Evangelios Sinópticos leemos la frase: “El que tiene oídos para oír, oiga”. ¿Qué hace usted con el oído? No lo utiliza para oler. “El que tiene oídos para oír, oiga”. No es sino hasta que llegamos al Libro de Apocalipsis que esta frase se vuelve a repetir. Aparece en siete ocasiones en los capítulos 2 y 3, culminando con la iglesia de Laodicea: “El que tiene oído, oiga”. ¿Qué hace usted con un oído? Usted no debiera ser sordo; usted no debiera ser como esos que colocan sus manos sobre sus oídos, como aquellos que rehusaron oír la predicación de Esteban. Si usted tiene un oído, necesita oír con ese oído.

¿Cuál es el problema con la condición de tibieza espiritual? El Apóstol Pablo le da una exhortación final a Timoteo en 2 Timoteo 4:2 – “Que prediques la palabra”. Él no dijo que predicara psicología; no dijo que predicara auto-estima, o que predicara filosofía, o pensamientos contemporáneos, o aquello que complaciera a la multitud, o al pueblo. Timoteo debía predicar la Palabra, fuera conveniente o no. Quisieran oírlo o no, que instara a tiempo y fuera de tiempo. Y en su predicación, Timoteo debía redarguir para traer convicción.

A la luz del enunciado anterior, si nuestros sermones no traen convicción, entonces no estamos predicando la Palabra de Dios, sino “simplemente estaremos enseñando”. Debemos predicar redarguyendo, reprendiendo, exhortando con toda paciencia y doctrina (o enseñanza). El Neo-Evangelicalismo ha popularizado la predicación expositiva, la “Predicación Expositiva” es únicamente enseñanza, ¡No es predicación bíblica! La enseñanza no es predicación. La predicación es exhortación; la predicación es redargüir; la predicación es reprender; no obstante, mientras usted está predicando, usted está educando a las personas espiritualmente. El solo hecho de enseñar, de exponer versículo por versículo, eso no es predicar, No debemos llamar predicación a la enseñanza. El predicador ideal es aquel que es pastor y maestro al mismo tiempo, según se nos dice en Efesios 4:11. Hoy en día, los pastores están evadiendo esta responsabilidad al engordar a la gente con conocimiento objetivo pero que no va acompañado de aplicación; no reprenden ni condenan el pecado. Pedro, en el Día de Pentecostés, presentó el Evangelio y con muchas otras palabras les exhortaba diciendo “sed salvos de esta perversa generación”.

2 Timoteo 4:3 nos recuerda que “vendrá tiempo [el tiempo de Laodicea] cuando no sufrirán [resistir para su bien] la sana doctrina [la enseñanza sana], sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán [se acumularán] maestros conforme a sus propias concupiscencias”. ¿Por qué? Aquí encontramos otra palabra que describe el oído: un oído que tiene comezón. Las personas que tienen comezón son aquellas que se han cansado de escuchar de manera repetida una verdad que es de gran importancia, de generación en generación. La apostasía no comenzó tanto con creyentes, comenzó con el gobierno de la muchedumbre, del populacho. Este grupo creció cansado de los himnos antiguos, creció cansado de la predicación, cansado de los estándares antiguos, cansado de escuchar predicación fuerte; este grupo desea escuchar una voz suave. De acuerdo a este pasaje, es la gente quien ha producido los falsos profetas de nuestros tiempos. Han volteado sus oídos de la verdad; el versículo 4 nos dice: “y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas (o mitos)”. Han creado y acumulado para ellos mismos ese tipo de maestros. Ese tipo de personas son el producto de la gente. Esto suena tan similar a la excusa del rey Saúl: “temí al pueblo, y consentí a la voz de ellos”—el pueblo, el pueblo, el pueblo.

Conclusión

La Iglesia Laodicea es un producto de la gente. Están cansados de la predicación de la Biblia; están cansados de la enseñanza de la Biblia; lo que ellos desean es algo más agradable a sus paladares carnales, algo que se acomode a su tibieza mundana. Recuerdo a mi padre predicando en tabernáculos al aire libre, predicándole a mil o dos mil personas, durante las noches del mes de Julio, con los mosquitos y el sudor alrededor de nuestros rostros, y con nuestras espaldas sin tener en donde recargarlas. Mi padre predicaba durante 2 o 2 horas y media, a lo cual le seguía tiempo de oración en el altar, lo cual se prolongaba hasta pasada la medianoche, con personas llorando debido a que la Palabra de Dios había hablado profundo en sus corazones. Hoy en día ya no vemos tal desesperación. Un predicador que predica durante más de 30 minutos se encuentra con gente que se queja debido a la longitud del mensaje, o simplemente los observa saliéndose del servicio, rehusándose escuchar.

Proverbios 20:12 nos dice: “El oído que oye, y el ojo que ve, Ambas cosas igualmente ha hecho Jehová”. El hecho de que un hombre pueda mirar en estos días, es un don de Dios; el hecho de que un hombre pueda oír la verdadera voz de Cristo en medio de muchos “Jesús”, es un verdadero don de Dios. Notemos la exhortación del Señor a Ezequiel: “Toma en tu corazón todas mis palabras que yo te hablaré, y oye con tus oídos.” (Ez. 3:10). Por el hecho de que vivimos en días como los de Amós en los cuales Dios envió un hambre de escuchar las palabras del Señor (Amós 8:11), lo que ahora tendríamos que hacer sería buscar por mar y tierra para poder encontrar un verdadero predicador Bíblico.

El remanente debe tener un “oído” para oír en estos días en los que vivimos. Solo Dios puede dárnoslo. Oremos por ello, querido cristiano: oremos para que Dios nos de un oído para oír y un ojo que pueda ver, con el propósito de poder vivir correctamente a través de la última era de la iglesia antes de la venida de Cristo.